El nombre de Dios es misericordia

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January 12, 2016 | ISBN 9780735285361

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En su primer libro oficial como el Papa, y en celebración de su Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco se dirige a cada hombre y mujer del planeta un diálogo íntimo y personal. En el centro, se halla el tema que más le interesa—la misericordia—desde siempre eje fundamental de su fe y ahora de su pontificado. En cada página vibra el deseo de llegar a todas aquellas almas que buscan darle un sentido a la vida, un camino de paz y de reconciliación, y una cura a las heridas físicas y espirituales.
 
En la conversación con el vaticanista Andrea Tornielli, Francisco explica—a través de recuerdos de juventud y episodios relacionados con su experiencia como pastor—las razones por proclamar un Año Santo extraordinario. Reitera que la Iglesia no puede cerrar la puerta a nadie; por el contrario, su tarea es adentrarse en las conciencias de la gente para que puedan asumir responsabilidad por, y alejarse de, el mal realizado.
 
Y a todos que se colocan a sí mismos en las filas de los «justos», les recuerda: «También el Papa es un hombre que necesita la misericordia de Dios».
 
El nombre de Dios es misericordia se publica con un lanzamiento mundial en más que ochenta países.
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El nombre de Dios es misericordia

I
 
Tiempo de misericordia
 
Santo padre, ¿puede decirnos cómo nació el deseo de convocar un Jubileo de la Misericordia? ¿De dónde le vino la inspiración?
 
No se debe a un hecho concreto o definido. A mí las cosas se me ocurren un poco solas, son las cosas del Señor, que custodia en la oración. Yo tengo por costumbre no fiarme nunca de la primera reacción que tengo frente a una idea que se me ocurre o a una propuesta que me hacen. No me fío nunca, entre otras cosas porque por lo general la primera reacción es equivocada. He aprendido a esperar, a confiar en el Señor, a pedir su ayuda para poder discernir mejor, para dejarme guiar.
 
La centralidad de la misericordia, que para mí representa el mensaje más importante de Jesús, puedo decir que ha crecido poco a poco en mi vida sacerdotal como consecuencia de mi experiencia de confesor, de las muchas historias positivas y hermosas que he conocido.
 
Ya en julio de 2013, pocos meses después del comienzo de su pontificado, durante el viaje de regreso de Río de Janeiro, donde se había celebrado la Jornada Mundial de la Juventud, usted dijo que el nuestro es el «tiempo de la misericordia».
 
Sí, creo que éste es el tiempo de la misericordia. La Iglesia muestra su rostro materno, su rostro de madre, a la humanidad herida. No espera a que los heridos llamen a su puerta, sino que los va a buscar a las calles, los recoge, los abraza, los cura, hace que se sientan amados. Dije entonces, y estoy cada vez más convencido de ello, que esto es un kairós, que nuestra época es un kairós de misericordia, un tiempo oportuno. Abriendo solemnemente el Concilio Ecuménico Vaticano II, san Juan XXIII dijo que «la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia en lugar de empuñar las armas del rigor». En su Meditación ante la muerte, el beato Pablo VI revelaba el fundamento de su vida espiritual en la síntesis propuesta por san Agustín: miseria y misericordia. «Miseria mía —escribía el papa Montini—, misericordia de Dios. Que yo pueda al menos honrar a quien Tú eres, el Dios de infinita bondad, invocando, aceptando, celebrando tu dulcísima misericordia.» San Juan Pablo II avanzó en este camino a través de la encíclica Dives in misericordia, en la que afirmó que la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, el más maravilloso atributo del Creador y del Redentor, y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia. Además, ha instituido la fiesta de la «divina misericordia» y ha revalorizado la figura de santa Faustina Kowalska, y las palabras de Jesús sobre la misericordia. También el papa Benedicto XVI habló de esto en su magisterio: «La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico —dijo—, es el propio nombre de Dios, el rostro con el que Él se reveló en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia y se manifiesta tanto mediante los sacramentos, en concreto, aquel de la reconciliación, como con las obras de caridad, comunitarias e individuales. Todo lo que la Iglesia dice y hace manifiesta la misericordia que Dios siente por el hombre».
 
Pero en mis recuerdos personales hay también otros muchos episodios. Por ejemplo, antes de llegar aquí, cuando estaba en Buenos Aires, tengo grabada en la memoria una mesa redonda entre teólogos: se discutía sobre qué podía hacer el papa para que la gente se acercara, frente a tantos problemas que parecían sin solución. Uno de ellos dijo: «Un Jubileo del Perdón». Y eso se me quedó grabado en la cabeza. Así pues, para contestar a la pregunta, creo que la decisión vino rezando, pensando en la enseñanza y en el testimonio de los papas que me precedieron, y pensando en la Iglesia como en un hospital de campo, donde se curan sobre todo las heridas más graves. Una Iglesia que caliente el corazón de las personas con la cercanía y la proximidad.
 
¿Qué es para usted la misericordia?
 
Etimológicamente, misericordia significa abrir el corazón al miserable. Y enseguida vamos al Señor: misericordia es la actitud divina que abraza, es la entrega de Dios que acoge, que se presta a perdonar. Jesús ha dicho que no vino para los justos, sino para los pecadores. No vino para los sanos, que no necesitan médico, sino para los enfermos. Por eso se puede decir que la misericordia es el carné de identidad de nuestro Dios. Dios de misericordia, Dios misericordioso. Para mí, éste es realmente el carné de identidad de nuestro Dios. Siempre me ha impresionado leer la historia de Israel como se cuenta en la Biblia, en el capítulo 16 del Libro de Ezequiel. La historia compara Israel con una niña a la que no se le cortó el cordón umbilical, sino que fue dejada en medio de la sangre, abandonada. Dios la vio debatirse en la sangre, la limpió, la untó, la vistió y, cuando creció, la adornó con seda y joyas. Pero ella, enamorada de su propia belleza, se prostituyó, no dejando que le pagaran, sino pagando ella misma a sus amantes. Pero Dios no olvidará su alianza y la pondrá por encima de sus hermanas mayores, para que Israel se acuerde y se avergüence (Ezequiel 16, 63), cuando le sea perdonado lo que ha hecho.
 
Ésta para mí es una de las mayores revelaciones: seguirás siendo el pueblo elegido, te serán perdonados todos tus pecados. Eso es: la misericordia está profundamente unida a la fidelidad de Dios. El Señor es fiel porque no puede renegar de sí mismo. Lo explica bien san Pablo en la Segunda Carta a Timoteo (2, 13): «Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede renegar de sí mismo». Tú puedes renegar de Dios, tú puedes pecar contra Él, pero Dios no puede renegar de sí mismo, Él permanece fiel.
 
¿Qué lugar y qué significado tiene en su corazón, en su vida e historia personal, la misericordia? ¿Recuerda cuándo tuvo, de niño, la primera experiencia de la misericordia?
 
Puedo leer mi vida a través del capítulo 16 del Libro del profeta Ezequiel. Leo esas páginas y me digo: «Pero todo esto parece escrito expresamente para mí». El profeta habla de la vergüenza, y la vergüenza es una gracia: cuando uno siente la misericordia de Dios, experimenta una gran vergüenza de sí mismo, de su propio pecado. Hay un bonito ensayo de un gran estudioso de la espiritualidad, el padre Gaston Fessard, dedicado a la vergüenza, en su libro La Dialectique des exercises spirituels de saint Ignace de Loyola.* La vergüenza es una de las gracias que san Ignacio hace pedir en la confesión de los pecados frente a Cristo crucificado. Ese texto de Ezequiel nos enseña a avergonzarnos, nos permite avergonzarnos: con toda tu historia de miseria y de pecado, Dios te sigue siendo fiel y te levanta. Eso es lo que yo siento. No tengo recuerdos concretos de cuando era niño. Pero sí de muchacho. Pienso en el padre Carlos Duarte Ibarra, el confesor que vi en mi parroquia ese 21 de septiembre de 1953, el día en que la Iglesia celebra a san Mateo apóstol y evangelista. Tenía diecisiete años. Me sentí acogido por la misericordia de Dios confesándome con él. Ese sacerdote era originario de Corrientes, pero estaba en Buenos Aires curándose de una leucemia. Murió al año siguiente. Recuerdo aún que después de su funeral y de su entierro, al regresar a casa, me sentí como si me hubieran abandonado. Y lloré mucho aquella noche, mucho, oculto en mi habitación. ¿Por qué? Porque había perdido a una persona que me hacía sentir la misericordia de Dios, ese miserando atque eligendo, una expresión que entonces no conocía y que después elegí como lema episcopal. La reencontraría a continuación, en las homilías del monje inglés san Beda el Venerable, quien, describiendo la vocación de san Mateo, escribe: «Jesús vio a un publicano y, como lo miró con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: “Sígueme”». Ésta es la traducción que comúnmente se ofrece a la expresión de san Beda. A mí me gusta traducir miserando, con un gerundio que no existe, misericordiando, regalándole misericordia. Así pues, misericordiándolo y escogiéndolo, para describir la mirada de Jesús que da misericordia y elige, se lleva consigo.
 

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Papa Francisco
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Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936. El 13 de marzo de 2013 él fue nombrado el obispo de Roma y el 266.º papa de la Iglesia católica. More by Papa Francisco
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