Excerpt
Ama y no sufras / Love Without Suffering
Todos sabemos lo que es estar bajo el influjo del enamoramiento, ese sentimiento apasionado y adictivo en el que nuestras facultades y capacidades parecen debilitarse. Lo sabemos porque el cuerpo lo registra todo. En cada recodo de la memoria emocional está grabado el más elemental de los suspiros, la «dulce manía» o la «divina locura» de la que hablaban los griegos, esa mezcla de dolor y placer en la que la complacencia parece justificar cualquier grado de sufrimiento. ¿Cómo olvidar aquella exacerbación de los sentidos? ¿Cómo no querer repetirla otra vez, sin aspavientos, resignadamente, como un cordero feliz?
El eros es ante todo un amor fluctuante, turbulento y contradictorio. «Amor que aparece floreciente y lleno de vida mientras está en la abundancia, y después se extingue para volver a revivir...», dice Platón. El eros nace y muere de tiempo en tiempo. Si todo va bien, se reencarna.
¿Cómo amar y no sufrir? Es algo difícil si creemos demasiado en el eros, si nos apegamos a él. «¿Por qué, doctor, por qué es usted tan negativo respecto al amor que siento?», me decía una jovencita atormentada por un amor pasional mal correspondido. Mi respuesta no fue muy alentadora: «Porque no es amor, sino enamoramiento». El amor pasional es dual por naturaleza, llega y se va, luz y sombra, afirma Octavio Paz.
El eros es posesivo, dominante, concupiscente y, aun así, imprescindible. Es un amor orientado principalmente hacia la autogratificación, pero a través del otro, porque la excitación ajena excita. Me deleito con tu placer, que es mío, que me pertenece. No se trata de amarte, sino de ambicionarte en el sentido de apetecerte, como un postre. Como el único postre, si tú quieres y yo puedo.
Es verdad que el amor descentralizado y maduro requiere de dos sujetos activos, es decir, de dos personas con voz y voto. Sin embargo, a veces renunciamos gustosos a tal privilegio y aceptamos de manera relajada y lúdica ser el «objeto del deseo» de la persona amada; después de todo, ¿qué importa, si es de común acuerdo? ¿Qué importa si por un rato jugamos a ser «cosa» (cosificación amorosa, claro está) para volver luego al amor benevolente, al querer democrático y amistoso? El amor requiere de dos, pero sin dejar de ser uno en la fantasía.
Una mujer de cincuenta y dos años me comenta en cierto tono cómplice: «Yo sé que cuando él me pide que me ponga minifalda y le haga un striptease me desea mucho más de lo que me ama. Sé que me convierto en un fetiche... Pero ¿sabe qué? Él también se convierte en uno para mí. Me encanta verlo excitado y saber que puedo seducirlo con desenvoltura y libertad, sin mojigatería. Me siento la exhibicionista más descarada del mundo... Y a él lo veo como a mi dueño y señor por un rato, mi “amo”, mi amor. ¿Y qué? Después volvemos a la realidad, felices y exhaustos. Él, voyerista y yo, exhibicionista: ¿no le parece una buena combinación?». Sin duda, sin comentarios.
El «amor pasional» se ha dado en casi todas la sociedades. Por ejemplo, los egiptólogos hallaron cincuenta y cinco poemas de amor anónimos cuya fecha se remonta al año 1300 a. J.C. La siguiente poesía, descubierta en uno de esos pergaminos, evidencia que la cuestión romántica no parece haber cambiado demasiado a lo largo de la historia:
Su pelo lapislázuli brillante, sus brazos más espléndidos que el oro. Sus dedos me parecen pétalos, como los del loto. Sus flancos modelados como debe ser, sus piernas superan cualquier belleza. Su andar es noble (auténtico andar), mi corazón sería su esclavo si ella me abrazara. Los egipcios conocieron muy bien el eros. Lo demuestran los términos que utilizaron para designer el amor: «deseo prolongado», «dulce trampa», «enfermedad que uno ansía».
Por su parte, los griegos se refirieron al eroscomo un «mal crónico», «deseo instintivo del placer», «apetito grosero», «delirio inspirado por los dioses», «mania profética», desmesurado», «demonio», «dolencia fecunda », «grandísimo y engañoso amor», entre otras muchas expresiones.
Un joven que acudía a mi consulta expresaba así su amor doloroso: «Me duele quererla, es como una maldita enfermedad... Nunca estoy tranquilo... Cuando la veo y la tengo a mi lado estoy feliz, pero hay como una espina clavada en alguna parte de mí que me recuerda que ella no soy yo..., es otro ser... puede irse, dejar de amarme, morirse o simplemente cansarse... Siempre me falta algo, aun cuando la hago mía...». Dolencia fecunda, dulce trampa o miedo posmoderno: el fenómeno es el mismo, duele igual. Aunque la idea del amor se ha modificado a través de la historia, el sentimiento del amor apasionado no parece haber cambiado demasiado.
Sin perder de vista el realismo del día a día, analizaré tres aspectos del eros que nos llevan a sufrir casi irremediablemente: su naturaleza desbordada, el deseo erótico y algunas características del eros patológico o enfermo.