Excerpt
Fluir para no sufrir: 11 principios para transformar tu vida / Flow, Don't Suffer
Introducción¿Es la vida una lucha o simplemente es? Lamentablemente, quizás para la mayoría de los seres humanos de este planeta —debido a un programa que se ha memorizado desde el condicionamiento temprano en la infancia y por el bombardeo de noticias catastróficas de su presente—, la vida es un proceso doloroso, cuesta arriba, donde sufrir es algo que se asume y la felicidad es un estado alucinatorio que se nos escapa a cada instante.
Recuerdo mis primeros años de vida en Cuba. Cuando alguien me preguntaba: “Ismael, ¿cómo te va?”, sin saber de dónde salía la respuesta yo reproducía como un papagayo: “Ahí voy, en la lucha”. Incluso en lo más sutil de mi vibración energética, no se sentía bien adoptar ese lenguaje que no solo implicaba aceptar, sino también recrear una realidad ya asumida de carencias, desesperanza y pesimismo.
Mi primer intento de sofocar esa penumbrosa visión de vida llegó de forma intuitiva, y yo trataba de quitarle fuerza usando un diminutivo. “¿Qué tal te va, Ismael?” “Ahí voy, en la luchita”. Al descargar de drama no solo la palabra sino el tono en que la expresaba, la vida se me hacía menos tensa y más placentera.
Cuando estamos conectados a la fuente del amor y nuestro propósito es hacia el bien mayor, la vida se vuelve una maravillosa aventura que nos hace expandirnos, crecer y evolucionar desde lo más trascendente que somos, que es nuestra consciencia.
Este libro abre la ventana a ese fascinante mundo de preguntas profundas y simples; preguntas que nos invitan a diseñar una ruta con intencionalidad y nos garantizan nuestra pertenencia a esta realidad dual y tridimensional. Preguntas que nos formulamos sin olvidar que nuestra existencia es eterna, inocente, amorosa y está llena de dicha.
Pensando en la pandemia del COVID-19, me pregunto, como tantos otros: ¿qué nos ha pasado?, ¿cuánto hemos sufrido?, ¿qué enseñanzas se quedarán para siempre en nuestra memoria?
En 2020, el mundo entero se detuvo como por orden divina. Las calles quedaron semivacías, niños y maestros convirtieron los hogares en aulas, empresas y mercados bursátiles colapsaron, el desempleo creció a niveles alarmantes, hospitales y médicos se tensaron al máximo, cientos de miles de personas murieron y millones enfermaron. A diferencia de otras enfermedades con mayor mortalidad, lo que pareciera habernos puesto en alarma mundial en este caso es
lo incontrolable. Sin previa consulta, la naturaleza nos arrancó de la “zona segura” y nos invitó a ser flexibles y a adaptarnos a una nueva realidad de forma vertiginosa.
El teletrabajo aumentó exponencialmente. Algunos sectores, como la televisión y los medios sociales, se reinventaron con escenografía hogareña, pero también los
call centers, los bancos y muchas otras industrias. Mantener la actividad económica sin perjuicio de la salud colectiva se constituyó en un objetivo prioritario. Las rutinas diarias de las personas se quebraron y aumentaron sensiblemente las horas dentro de casa; ahora con un nuevo desafío: conservar la salud mental frente al aislamiento. La capacidad humana se puso a prueba, y la creatividad y la resiliencia pasaron a un primer plano. En muchos casos, la crisis fue la gran oportunidad de probar aquello que, hasta ahora, no nos atrevíamos a hacer por miedo al cambio.
Antes de la pandemia, nos disponíamos a disfrutar de un año redondo. Muchos hablábamos de la Visión 2020, haciendo una analogía con la idea de la vista perfecta, y enfocábamos las energías en un período prometedor y de grandes avances. Incluso la Organización Mundial de la Salud preveía un programa con el mismo nombre y su objetivo era eliminar la ceguera evitable. Por supuesto, todos sus planes se vieron trastocados, al igual que los nuestros.
Paradójicamente, hoy estamos frente a la oportunidad de evitar nuestra mayor “ceguera”, que es ignorar los graves problemas de consciencia de la humanidad. Estos problemas persistirán más allá de la pandemia y son: el egoísmo, la avaricia y la apatía.
Hoy nos paramos frente al dilema de qué tipo de liderazgo queremos ejercer, tanto interno como externo. Porque, independientemente del lugar que cada persona ocupe en el tejido social, ya sea empresario, colaborador, emprendedor o esté de momento desempleado, lo que nos iguala a todos es que buscamos lo mismo: ser felices, sentirnos plenos. Y ese camino empieza por liderarse a uno mismo.
Fluir para no sufrir no es un simple eslogan, sino la síntesis de una filosofía de liderazgo holístico. Pero, cuidado:
fluir y aceptar no significa dejar que las cosas pasen, sino
permitir que las cosas sucedan.
¿Cómo sería esto? Generalmente nos encontramos en tres estados. El primero es de aburrimiento: estamos inquietos y esperando que pase algo excitante en nuestra vida y, al carecer de emoción, buscamos distracciones en la televisión o en las redes sociales. El estado contrario es de preocupación y ansiedad: se nos presenta una situación muy estresante, tenemos que terminar un trabajo o arreglar un problema y la presión se vuelve cada vez más intensa.
Sin embargo, hay un tercer estado. El psicólogo húngaro Mihály Csíkszentmihályi realizó una investigación en donde comprobó que la verdadera felicidad se encuentra justamente en el medio. Es en este punto donde se accede a la experiencia óptima llamada
fluir. Una corriente de bienestar psicológico donde nuestras habilidades se encuentran alineadas con los desafíos que asumimos y donde incluso el tiempo pareciera detenerse.
A este estado llegamos no mediante una lucha descarnada que nos priva de paz y libertad, sino a través de una nueva propuesta de liderazgo bio-empático que son los
Once principios del líder bambú. Estos plantean
el camino de la transformación del ser humano en un líder capaz de generar una exponencial diferencia en su vida y en la de los demás.
Estos principios son el resultado de un proceso de investigación sobre el camino hacia la felicidad, la plenitud y la autorrealización del ser humano. Están basados en la observación de las propiedades de esa planta tan versátil y venerada que es el bambú. Muchos lo catalogan como una maravilla de la naturaleza; otros, más místicos, aseguran que es un regalo divino y que en su interior guarda la espiritualidad del Ser Supremo. Lo cierto es que el bambú se ha ganado ambas definiciones porque es una planta útil y, a la vez, de profundo contenido espiritual.
Te cuento solo una de sus cualidades: las semillas de algunas especies de bambú requieren de seis a siete años para germinar. En ese lapso, van creando una red de poderosas y profundas raíces. Solo cuando está listo su cimiento, brotan a una velocidad impresionante, y en cuestión de un mes, la planta puede alcanzar los tres metros.
Se trata de una perfecta parábola del liderazgo pues, para llegar a dar frutos, el líder necesita madurar y afianzarse en un consagrado proceso de autoconocimiento o autocultivo. Recuerda que la más importante inversión es aquella que haces para convertirte en la mejor versión de ti mismo, y que es esta la carrera que importa más. Este ha sido tu maratón de autosuperación consciente. Has ido creciendo y añadiendo valor a otros a tu paso, mientras que con tus huellas vas haciendo tu destino.
La determinación del bambú de lanzarse a conquistar las alturas luego de haber creado una sólida base en sus raíces es la clave para evaluar nuestra autodeterminación para crecer hacia la excelencia en la vida. En esta línea hemos diseñado un modelo de liderazgo de once principios que te ayudarán a convertirte en tu mejor versión tanto en tu casa como en el trabajo; tanto con tus amigos como frente a ti mismo, cuando nadie te ve. Aquí te los presento:
1. Integridad
2. Espiritualidad
3. Fuerza serena
4. Flexibilidad
5. Versatilidad
6. Pasión
7. Colaboración
8. Exponencialidad
9. Resiliencia
10. Consciencia-elevación
11. Gratitud